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La historia de Miriam

El día que la conocí, yo terminaba una conferencia en una Universidad de la Ciudad de México. Ella estaba estudiando la Licenciatura en Enfermería en ese campus universitario.
Menuda, de naricita respingona y con pómulos angulosos. Su cabello liso y profundamente negro la hacían verse aún más pálida y ojerosa. Había esperado un largo tiempo mientras yo conversaba con un grupo de académicos sobre la conferencia al término de la misma. Tal como me ocurre siempre que doy este tema en mis conferencias, varias personas prefieren esperar al final de la sesión de “preguntas y respuestas” debido a que prefieren confidencialidad en la respuesta ante las preguntas que me hacen.

Se acercó a mí y me abrazó. Yo pude percatarme de su extrema delgadez. Empezó a llorar y me dijo: “Ud. Tiene que ayudarme. ¡Tiene que ayudarme!”.
Para darle oportunidad de hablar le pedí que me acompañara al vehículo donde un chofer me esperaba para conducirme de nuevo al Centro VivirLibre.org, donde un paciente me esperaba en 90 minutos.
Caminamos por un sendero bien lindo de la Universidad.
De repente se detuvo y me dijo:
-“Mi mamá no es alcohólica. Pero por lo que escuché en la conferencia, se comporta como si lo fuera. Siempre está deprimida. La llevo frecuentemente al hospital y a veces se interna por tiempo.”
Siguió hablando:
-Ud. dijo que los hijos de alcohólicos o de otros hogares disfuncionales con frecuencia eligen lo conocido. Y esto se aplica a mi esposo: Gustavo. A él no le gusta beber ni drogarse, gracias a Dios. Pero no estamos bien. El papá de “mi Gus” fue alcohólico. Y él me ha dejado en varias ocasiones. Ya van 3 veces que me deja y regresa. Acaba de irse de nuevo. Tenemos 2 niños. Una de 4 y otro de año y medio. Yo trabajo y estudio, y Gus cuida a los niños cuando no está con sus amigos. Él no trabaja. Nos casamos cuando yo tenía 17 años porque estábamos  embarazados. Nos fuimos a vivir con su mamá y yo la pasé todo mi embarazo cocinando y haciendo quehacer en su casa. Gustavo no quiere admitirlo, pero sé que tiene otra mujer.
Sacó de su bolso las fotos de sus niños. Hermosos. Le pregunté: ¿Cómo quieres que te ayude?  A lo que ella contestó:
-El problema no es Gustavo. Es su mamá. Siempre se mete. Ella no quiere que nos mudemos. Siempre manipula a Gus. Además ella sabe que me engaña con otra mujer y lo acepta,  me han dicho que ella ha admitido a la mujer con la que Gus me engaña en la casa cuando estoy trabajando. Toda la culpa es de su mamá. Esa muchacha era la novia de Gus antes de que nos casáramos. Yo quiero que me ayude a que mi suegra cambie.
A lo que yo contesté:
-Miriam… No creo que eso sea muy probable.
Ella contestó:
-Estoy segura que si ella lo deja mudarse conmigo a otro lugar él cambiará. Aunque sé que esa mujer que era su novia realmente no lo ha dejado nunca. Sé de ella desde mi primer embarazo. Y no culpo a Gustavo. Es que yo estuve muy mal casi durante todo el embarazo. No podíamos tener relaciones sexuales. Me lo prohibió el médico.
    Era sorprendente. Miriam asumía casi toda la culpa por la infidelidad de Gustavo. Le pregunté si alguna vez había pensado en divorciarse.
-Sí, de hecho nos hemos separado ya 3 veces. Una vez le dije que ya quería divorciarme, nada más para que se asustara, y no me tocó en 6 meses. Yo me quedé en mi cuarto pero él se fue a la “casa grande donde está su mamá” que es en el mismo terreno pero no venía nunca a mi cuarto. Yo sólo le enviaba dinero con mi hijita. Porque él no ha tenido trabajo. La verdad que mi jefe en esa época me quería ayudar. Hasta una vez salimos con los niños y me los trataba muy bien. Él me dijo que si quería me ayudaba para que yo rentara un lugar mejor y me fuera de la casa de mi suegra pero la verdad yo no quise.
Yo le interrumpí:
-¿Y por qué no quisiste? ¡Si parecía que él se “interesaba bien” por ti!
A lo que Miriam me contestó:
-Nunca he podido sentir por nadie lo que siento por Gus.
Le pregunté:
-¿Qué recuerdas de tu infancia?
A lo que ella contestó riéndose:
-Me veo con un banquito en la cocina, porque no alcanzaba el fregadero o la estufa todavía. Le ayudaba a mi mamá. Lavaba trastes y cocinaba desde los 6 años. Mi mamá siempre estaba enferma. Enferma o deprimida. Mi papá la dejó cuando yo tenía 5 años. Tenía a otra mujer. Luego él volvió a casarse con esa mujer cuando yo tenía 6. Me iba con él en las vacaciones. Su esposa era buena conmigo. Tienen una niña que yo cuidaba también. Y también ayudaba en la casa de mi papá.
Ya casi llegábamos al auto. Y yo tenía consulta en 30 minutos. Le pregunté:
-Miriam, ¿ves algún parecido entre tu infancia y ahora?
Miriam se rió, un tanto incómoda.

-Hasta ahora no lo había visto. Ahora me estoy dando cuenta. Veo que disculpo a Gus como a mi papá. Que hago el quehacer aunque no me corresponda en casa de mi suegra. Como en la casa de mi papá y en mi casa. Y veo de nuevo a Miriam siendo la buena, la que no se queja. La que atiende a los niños sola.
Y completó:
-Es cierto. Es cierto lo que Ud. dijo en su confe. Buscamos personas con quienes podamos actuar como cuando éramos niños.
Estábamos frente al auto que me conduciría al CVL. Al despedirnos, Miriam me abrazó con mucha fuerza (y también yo a ella) y dijo:
-Gracias por escucharme. Creo que sólo necesitaba hablar de esto para darme cuenta. Y lo entiendo. Aunque no sé cómo voy a hacer para salir de esto. Además: Gus sólo tiene que acompañarme al Centro donde Ud. Está. Él también necesitará cambiar, ¿no cree?
Sin esperar mi respuesta, dio media vuelta y corrió sobre el mismo sendero universitario.

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