Estudios revelan que el 70% de la población codependiente corresponde al sexo femenino; sin embargo, especialistas destacan que el comportamiento también abarca a los hombres y no tiene distinción de edad, estrato social, nivel educativo ni ideología. Conozca las características de esta actitud.
“No fue hasta que mi esposo intentó matarme cuando pude reaccionar. Lo que al principio fue felicidad se fue convirtiendo, poco a poco, en insatisfacción y desdicha. Crecí en una familia en la que observé de cerca a una madre abnegada por la crianza de los hijos y por la atención incondicional a su esposo. Eso me enseñó que el papel de una buena esposa consistía en servir a su marido y estar pendiente de su cuidado, en todo sentido de la palabra.
Luego de casarme comenzó el proceso que sucede en todas las parejas: darse cuenta de que la convivencia es otra cosa. Sin embargo, pensé que era ‘sobrellevable’. Me acostumbré a las exigencias de mi marido. Entre ellas, no seguir ejerciendo mi carrera como abogada, ir al gimnasio solo cuando él lo permitiera (pues él me lo pagaba), cambiar la comida servida si esa no era la que le provocaba, entre otras muchas cosas.
Él padecía un trastorno de personalidad severo. Se enojaba de manera exacerbada y cuando aquello ocurría el maltrato no faltaba. En muchas oportunidades me llegó a picotear todo el cabello y, aunque yo sabía que era una falta, lo justificaba porque luego me pagaba la colocación de extensiones en la peluquería para que volviera a verme igual. Me sentía con el autoestima por el piso, insatisfecha, molesta, pero a la vez culpable de lo que él hacía, esperanzada por cambiarlo, pero sin saber cómo hacerlo; y un sinfín de sentimientos encontrados entre los que no faltaban la frustración y el vacío. Pero allí seguía, sin reaccionar. Hasta que un día ya no solo quiso cortarme el pelo, también quiso asesinarme. Me salvó salir corriendo y saltar varios bahareques de la urbanización en la que vivíamos. Busqué ayuda, lo denuncié y me separé para siempre. Así entendí que yo era codependiente”.
Ése es parte del testimonio que Isabel puede contar ahora, luego de varias citas en el diván. Ella, una mujer marabina, de 32 años, abogada, con una posición económica estable, fue parte de la población tomada para el estudio Estilos de apego y codependencia en mujeres maltratadas y no maltratadas, realizado en Maracaibo, la capital de un estado en el que, por cierto, el maltrato a la mujer ya ha cobrado la vida de diez víctimas en lo que va de año.
“Abrí los ojos luego de haber aguantado mucho, pues siempre tuve la concepción de que ése era el papel de la mujer en una relación de parejas, sin darme cuenta de que esa conducta me llevaba a un laberinto sin salida que se llama codependencia”, reflexiona ella ahora.
La codependencia se define como el ciclo de patrones de conducta, y pensamientos disfuncionales, que producen dolor, y que se repiten de manera compulsiva, como respuesta a una relación enferma y alienante, con un adicto activo o en una situación de toxicidad relacional.
La psicóloga marabina, Cristina Guerrero —una de las investigadoras del trabajo— sostiene que en los años 50 el estudio de este comportamiento estaba enfocado solamente en la descripción de personas cercanas a un adicto, pero que también se manifiesta en personas ancladas en relaciones tormentosas y dañinas, a pesar del sufrimiento que eso implica.
“Los individuos codependientes se encuentran enfocados en mantener las necesidades de la otra persona: de la pareja, o de los hijos o del entorno. Pero a la vez dejan a un lado las suyas, no toman en cuenta sus deseos. Estas personas tienen una baja autoestima, su forma de pensar es irracional, ellas sostienen que es así cómo debe ser y, por ende, siguen practicando estas conductas de seguir ‘respetando al otro’. Son rescatadoras, sienten que su papel en la vida es salvar al otro, tienen una represión emocional, por supuesto hacen un descuento de ellas mismas, no valen o valen más los otros y hay un mecanismo de negación”, detalla Guerrero sobre las personas que muestran el comportamiento.
Este patrón de conducta puede darse tanto en hombres como mujeres. Sin embargo, Guerrero sostiene que las investigaciones han determinado que “el 70% de las personas afectadas corresponde a mujeres. El resto está representado por hombres”.
La razón, —argumenta la psicóloga— se debe a que, en Latinoamérica, la sociedad ha confundido el rol de la mujer: Se cree que ésta debe ser sacrificada por sus hijos, por su esposo; llevar todo en orden, en la casa, en el trabajo. Estar inmersa en muchas actividades y cumplir con ellas para sentirse ‘súper mujeres’. “En esos casos hay que explorar bien a ver si es que son súper mujeres o es que tienen muchísima dificultad para delegar funciones y así poder decir ‘éste es mi rol y éste es el tuyo”, reflexiona.
La evidencia de que son más las mujeres que los hombres quienes se ven afectadas se deja ver en la sede de Codependientes Anónimos (Coda) —en uno de los salones de la iglesia San Onofre, al norte de Maracaibo— en la que a las 7:16 minutos de la noche (casi un cuarto de hora después de la pautada para iniciar la terapia de grupo) ya son tres mujeres las que han llegado. No se asoma ni un solo hombre, al menos no todavía.
Entre ellas está Rosa. Una profesora universitaria, de 46 años —que no aparenta tenerlos—. Aunque en su caso no hubo maltrato, al menos no físico, ella también vivió aferrada a una relación que al final la llenó de “una insatisfacción constante”. Que la sumergió en un congelamiento emocional.
“Yo me enamoré de quien no debí. Tenía una relación en la que había mucho apego sexual. Él era casado. Su tiempo no era mi tiempo. Yo daba mucho más. Yo siempre podía y él no, pues tenía responsabilidades familiares que cumplir. No había equidad en la entrega, pues yo daba todo. Él daba solo lo que las limitaciones le dejaban dar. Me bajaba el cielo, pero solo cuando podía. No había reciprocidad. Me sentía muy mal emocionalmente y no sabía que mi problema venía de la infancia. Aunque él se divorció y nos fuimos a vivir juntos, la cosa no funcionó. Fui a psicólogos, a psiquiatras y no encontraba salir del abismo. Sentía una vergüenza tóxica, una autoimagen negativa, una actitud controladora persistente... Busqué ayuda en el grupo de Coda, Refugio de paz, sin que él supiera. A los dos años me separé de él”.
Rosa relata su experiencia desde aquel salón, de unos tres metros por cuatro, bordeado de sillas a su alrededor, para recibir cada martes y jueves a todas las personas que deseen mantener relaciones saludables y que busquen ayuda para apoyarse, compartir experiencias, fortalezas y esperanzas.
“El trabajo fundamental es para mejorar las relaciones interpersonales (de pareja, laboral, con los hijos). Para eso usamos los 12 pasos y las 12 tradiciones (basadas en Alcohólicos Anónimos) para conocimiento y sabiduría. Son los principios de nuestro programa y nos guían para desarrollar relaciones honestas con nosotros mismos y con un Poder superior, según nuestro propio entendimiento de Él, y facilitamos el mismo privilegio a otros”, explica la profesora universitaria, a la vez que reconoce que ha visto muchas historias dentro de ese espacio en los 12 años que tiene asistiendo, un año menos que el tiempo que tiene el grupo fundado en Maracaibo.
Aunque no fue una mujer que recibió maltrato por parte de su pareja, Rosa desarrolló la codependencia, al igual que una mujer maltratada, pues el maltrato no es la variable que determina este comportamiento. Guerrero explica este fenómeno al mencionar uno de los resultados observados en la investigación culminada a finales del 2012, en el departamento de orientación y defensa de mujeres maltratadas del ayuntamiento marabino.
La piscóloga asevera que “el estudio arrojó que las mujeres maltratadas son más propensas a ser codependientes. Sin embargo, también se encontró que no se determinó tanta diferencia entre la codependencia de ambos grupos. En las entrevistas realiazadas se dejó ver que más que ser codependientes porque tuvieron un papá alcohólico, o una niñez muy triste, o porque vieron a una mamá codependiente, es más porque, sencillamente, las mujeres que participaron como muestra (50 maltratadas y 46 no maltratadas) actuaron en sus relaciones en función de rescatar al otro, de hacerlo todo por el otro, de buscar el sacrificio para poder tener un lugar en la casa, para no ser dejadas, no ser abandonadas, para sentirse realmente que pueden cubrir las necesidades del otro, por supuesto, dejándose a un lado ellas”.
Este trastorno de la conducta —que según los expertos y los estudios se asocia con mayor frecuencia en las mujeres— no tiene distinción de edad, preferencia sexual, estrato social, nivel académico, sexo, ideología, etc.
“Aquí he visto compartir experiencias a abogados, docentes, médicos, estudiantes. Gente joven, gente que no lo es tanto, nadie está exento de ser codependiente”, dice Rosa, afirmación que Guerrero confirma al hacer un inventario mental y veloz de la gente que ha pasado por su consulta.
“El codependiente no elige serlo. Lo es porque está frente a situaciones ante las que adopta comportamientos que lo llevan a ser codependiente. Por ejemplo; cuando hay un papá alcohólico en casa. En ese caso, sus hijos, al esperan a que él llegue para decirle que no beba más, al ir un poco en función del ritmo de ese papá, incluso al punto de dejar de hacer sus actividades para que él no tome o no se enoje y evite una crisis, indiscutiblemente se convierten en hijos codependientes. Por lo tanto vemos que no se trata solo un problema de parejas, además”, agrega la experta.
Ante la situación, Guerrero asegura que no hay un tratamiento específico para esas personas. Pero sí realmente hay muy buenos pronósticos. La experta sostiene que “nosotros no podemos dejar de ser lo que somos, pero sí podemos modificar muchas conductas de nuestra vida que nos llevan a vivir mejor. Y eso es lo que busca el tratamiento psicológico, que el paciente pueda encontrar su bienestar con las cartas que tiene. En esta oportunidad se recomienda buscar ayuda —no solo individual si el caso se está presentando en el ámbito familiar—, ir a terapias, ir en función de entrar en este espacio del yo, donde por supuesto la familia es importante, la pareja también los es, los hijos, o cualquier cosa externa, pero nada más importante que yo. Hay que decirse: Primero soy yo”.
(Fuente: http://www.panorama.com.ve/portal/app/push/noticia61485.php)
Hoy elegí publicar esto en mi blog debido a que NO COINCIDO CON ESO DE QUE "NO HAY TRATAMIENTO ESPECÍFICO PARA LOS CODEPENDIENTES" pero cada quien ve las cosas desde sus propios recursos. Es real. Muchos profesionales de la psicología y de la psiquiatría creen que no se puede... Pero se puede. Tú eres lo que son tus elecciones.
Lo que es, es. Gabriela Torres de Moroso Bussetti.
Totalmente de acuerdo contigo, Gabriela. Si, se puede es sencillo pero no fácil. Requiere que cada individuo tome o llegue a la decisión de cambiar lo único que puede cambiar a si mismo.
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