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Quien depende... no elige.


Cuando comienza nuestra vida tenemos una dependencia absoluta de las personas que están a nuestro cuidado. Dependemos de todo lo más indispensable para sobrevivir; estas personas nos dan alimento, calor, aseo, atención, cuidado, confort... todo lo que necesitamos está dependiendo de la voluntad de otro para conseguirlo o no.

Cuando vamos dándonos cuenta de que la sobrevivencia depende a veces de una sola persona que se llama "mamá", entonces comenzamos a sentirnos protegidos cuando ella está cerca y desprotegidos cuando ella se va. Esto continúa por largo tiempo.


Si tenemos hambre, sueño, sed, incomodidad, etc. basta llorar, en la normalidad de los casos, para que mamá venga y nos resuelva el problema, proporcionándonos alimento, calor, etc. Nuestro entendimiento de bebé, ahora sabe que esta persona es importante y que hay que tenerla feliz, para eso hay que tratar de tener su aprobación. 

Por lo general, es esta misma persona que nos corrige y nos enseña lo que se hace y lo que no se hace y nos muestra un gesto desaprobatorio cuando nuestra conducta es indeseable. En esta forma vamos aprendiendo, por medio de esa dependencia de sobrevivencia a tratar de complacer a esa persona y darle gusto en cuanto a sus señales, miradas, gestos, etc. Todo esto se lleva a cabo a lo largo de años, durante la primera infancia. 

Entonces, ¿qué sucede cuando crecemos que todavía necesitamos aprobación como cuando éramos niños?

Nuestra mente crece con esa programación de que tiene que complacer para sobrevivir y que somos totalmente indefensos y nuestro bienestar depende totalmente de otra persona. Esto es un hecho y una verdad para nuestro niño interno. A la larga esta misma conducta se generaliza y creamos la creencia de que necesitamos de otro para sobrevivir, ya no solo de mamá, sino de otras personas; en el fondo creemos que si nos dejan moriremos.... ¿suena conocido? 

Numerosas creaciones se basan en esta creencia: canciones populares, poesía, novelas, películas, etcétera. Y reafirmamos en esta forma cultural de "te necesito" para sobrevivir. 

Se consolida en nosotros la búsqueda de aprobación, de la infancia, cuando necesitamos de otra persona para sobrevivir y cuando crecemos nos volvemos dependientes en sentido negativo, porque sin darnos cuenta ya no necesitamos eso y seguimos buscándolo. Esto es un patrón disfuncional. Seguimos actuando como niños y queriendo que otro nos de lo que necesitamos....

La madurez y el crecimiento consisten en eso mismo, entre otras cosas, en poder autoafirmarse a sí mismo y conseguir lo que es necesario para sí, sin depender de otra persona externa. De aprender a autodepender y de ahí pasar a interdepender.

En las relaciones de pareja es común que pidamos al otro que se haga cargo de nuestros deseos y necesidades, a veces enojándonos, controlándolo o manipulando para que nos dé lo que queremos o incluso, que nos quiera de la forma en que queremos ser queridos. A fin de crecer es importante que comencemos a tomarnos nuestra responsabilidad por nuestra cuenta y conseguir para nosotros la satisfacción de nuestras necesidades y deseos. El otro tiene responsabilidad de sí mismo, mas no de mí. 

La función de la pareja, en esta forma, sería de acompañar y de compartir.

La pareja no se trata de ser dos medias naranjas, sino dos naranjas completas aportando sus propias características a la relación para crecer en compañía del otro. La relación no será por "necesidad", sino por elección constante y renovable de estar con el otro en plena decisión, día a día. Esa es la meta de este libro. Es el destino. Aprender a vivir libre de dependencia. Elegir.

Porque quien depende, no elige.

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